sobre el propósito transware y las aproximaciones a la cultura

No se trata de generar acontecimientos sino de la provocación de encuentros a través de la estructura molecular de las sociedades. Las organizaciones transware no son maquinaria sino energía.

Si vamos a hablar de lo transware ( I, II, III, IV y V) vamos a olvidarnos de la gestión, de ese modelo mecanicista que que tanto se preocupa por cubrir las necesidades ciudadanas y planificar, diseñar, producir y difundir cultura bajo presupuestos. Vamos a olvidarnos también del sector, eso que reúne a sus empresas, grandes o pequeñas alrededor al cine, al teatro, a los libros… y hasta en torno a los asuntos taurinos. Y también olvidemos al mercado, eso que, a través de la industria y las economías creativas, pone en circulación todo lo anterior bajo objetivos de rentabilidad diversa. Vamos a olvidarnos sobre todo de ese discurso recurrente, monótono e infinito que nos recuerda lo importante que es la cultura para alcanzar sociedades desarrolladas, prósperas, cohesionadas y jubilosas ¿Qué cultura? ¿Cuánto tiempo llevamos con él? ¿De verdad que todos esos productos empaquetados y distribuidos funcionan como prometen? ¿Es posible que todavía insistamos sin aparcar mantras? ¿Por qué no somos capaces de salir de esa circularidad infinita? No sé, pero si miramos alrededor lo que tendríamos que hacer es reconocer (voy a ser prudente) un cierto fracaso. No sé si somos mejores después de tantas expos, capitalidades, magníficos centros, de esas grandes superficies de oferta variada, de esos macroconciertos, de tantas exposiciones de categoría internacional y, cómo no, de esa dignificación de zonas y barrios marginales y deprimidos.

Por eso, vamos a olvidarnos de la cultura tal y como se interpreta desde las políticas públicas. Y no magnifiquemos, por favor, ya no, estamos muy acostumbrados a lo rimbombante: ir al bar también es un rito y también se convierte en una manifestación cultural que construye ciudad. Y, disculpen, quizá se construya más ciudad en los bares, ciudad de la de todos los días, de la que va dejando poso más allá de “lo cultivado”. Otro cantar es el modelo que se construye y por eso hay que prestar atención… El caso es que ese “ecosistema cultural” del que tanto se habla no se limita ni a los centros, ni a los creativos, ni a los productores, ni al arte… ese ecosistema comprende cualquier espacio en el que se genere un mínimo intercambio intelectual entre individuos y desde él se modele el comportamiento medio de la sociedad (cuándo comprenderemos que eso que llamamos cultura es parte de este sistema y no el sistema). Tratemos de pasar de la concepción de una cultura profiláctica, utilitarista, de recurso, de espectáculo y de oferta a una que la comprenda como un todo complejo y, sobre todo, hacerlo desde fórmulas verdaderamente integradas. Que la interprete como un sistema vivo de comportamiento y forma, heterogéneo, no lineal y sensible a todo cuanto existe a su alrededor. Un sistema de emociones e inteligencias en una ciudad que va más allá de sus estructuras de paso, en una ciudad conectoma.

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En este sentido preguntémonos para empezar quién gestiona la cultura. Fíjense en los últimos acontecimientos (escribo esto en pleno momento titiriteros) y comprenderemos que no son precisamente esos que se llaman sus gestores. La cimentación cultural se da en los espacios que controla el poder. Esa es la verdadera gestión cultural, la que está sucediendo desde hace ya un buen tiempo en esos espacios “ajenos” y que quienes trabajamos en este “negociado” no hemos querido o no hemos sabido observar y neutralizar. O no hemos podido, que eso también puede ser. Se gestiona desde esas industrias culturales que exportan marcas, desde esa economía de la cultura que ha sucumbido al capitalismo imparable (y al neocapitalismo colaborativo). Y, cómo no, desde esos medios de comunicación al servicio de cualquiera de los poderes. Y, les parecerá una barbaridad, también se gestiona desde los juzgados. Y desde los bancos, y desde las empresas, y desde los modelos de relación que aporta el urbanismo…

entorno transware

[ espacio transware ]

La cultura conocida, la cultura esa que reclama y exhibe índices de participación, la que se queja de que nadie va a los museos, funciona como un bálsamo profiláctico bajo control. Quizá porque se ha vuelto elegante y sujeta a la opinión de los expertos. ¿Y si resulta que no es el camino? ¿Expertos en qué? Esa cultura tan proclamada ni siquiera ha acabado siendo el “ocio del pueblo”. Como el capitalismo da de comer a quien ya tiene comida, esta cultura institucional difícilmente ofrecen nada a quien no esta ya “cultivado”.

En definitiva, la cultura emancipatoria que tanto deseábamos se volvió gestión y olvidó la calle. Se volvió gestión, se relajó y fue despojada de su vena crítica, fue domesticada y recluida en los espacios de difusión, se volvió posibilista y útil. Muy eficaz. Sobre todo porque, llegando al máximo de la eficacia la tiranía del trabajo que impone este sistema reduce el tiempo de pensamiento hasta el mínimo posible mientras toda la población sólo puede estar dedicada a procurarse el sostén cotidiano a través de la precariedad por cuenta propia o ajena. Busquemos dónde queda y qué calidad puede tener el consumo de esa cultura que tanto se reclama.

¿De gestionar a inducir? La conciencia transware trata de trabajar sobre los modos de orientarse, busca atmósferas para trabajar sobre la cultura no asignada, la que no se consume, la que construye sensibilidades desde los espacios mínimos y aparentemente ajenos, fuera de los teatros, de los escenarios, de las bibliotecas… No podemos olvidar que la cultura es una forma de gobierno y que eso que construimos, que hemos ido construyendo desde los modelos de gestión puede que no sea sino una variable que refuerza el pensamiento y el escenario neoliberal económico y de clase, la que divide entre los que consumen y son cultos y los que no consumen y no son cultos. La gestión ha domesticado la cultura y ha estratificado individuos según, no lo perdamos de vista, esos indicadores que deben cumplirse si se desea continuar en el mercado.

La cultura también es el modo de asumir, de aquiescencia, pero eso parece que se olvida en la tradición programadora. Por eso más bien parece que nos encontramos ante unos modelos que convierten todo en adornos mientras, por debajo, se va modelando y construyendo la personalidad de las sociedades, su cultura. Por eso construirla no depende en exclusiva ni del hard ni del soft, eso es retenerla bajo la arbitrariedad de quien gobierna, de sus delirios y sus manías. No olvidemos que el mejor modo de neutralizar una revolución es institucionalizarla, hacer que migre de insurrección a instrumento. ¿Convertir la cultura en recurso?No creo que eso nos haya hecho demasiado bien.

La cultura no es producto sino potencia y vínculo. ¿Esto se puede gestionar? Así hemos ido descomponiendo la cultura en dosis y paquetes según las necesidades del sector. En ocasiones siento como si ese sector hubiese separado a la cultura de su entorno natural, la vida cotidiana, y como consecuencia la ciudadanía ha optado por retirarse de algo que “no iba con ella”. La sensación de clases que comentaba arriba. Los de dentro y los de fuera. Los que están por ella y los que no. Qué perversa situación. La cultura y la incultura se convierten en la misma moneda, algo incluido en los procedimientos de control, una forma de poder.

En cualquier caso, la obsesión por valorizar la cultura desde la mercancía y los discursos de desarrollo económico la acercado demasiado a esos modelos extractivistas, incluso aquellos que intentan convencernos de que el turismo cultural va a sacar de la pobreza a los países “en desarrollo”. Y aquí voy a detenerme un momento porque es en el turismo donde quizá más claramente la cultura se convierte en una pieza más de esa macroinstalación global que es el mercado capitalista. La cultura se ofrece como un complemento de ese ciclo de consumo/marca y, además, se fundamenta como integración y desarrollo, como salida para las economías deprimidas. Pero no deja de ser un asunto civilizatorio más que obliga a un comportamiento normalizado: la vulgarización del poderío que, aparentemente, se tiene en las sociedades “desarrolladas”. La construcción semántica para exportar normas sin medios. La generación de un estado económico-cultural globalizado desde parámetros de consumo. Los grandes relatos desde lo convencional.

¿La cultura ha sido vencida por la gestión? Si la economía se ha convertido en el mejor sistema para el control de las sociedades no nos puede extrañar que la dignificación de la cultura mediante argumentos económicos haya llevado a comprenderla como un bien sujeto a los dictados de la rentabilidad y sus simbologías. Que otra economías son posibles, por supuesto, lo que ocurre es que no han influido nada o bien poco en la lectura que se ha hecho desde los modelos de gestión. Y prometo no hablar más ni del pib ni del iva. Si el producto es lo que fortalece a la cultura no deja de ser una conquista del capital y de las estructuras ideológicas que lo soportan. Y por supuesto espacio de uniformización para facilitar el consumo. Y, como no, los expertos en comercialización y ventas los que impulsan según necesidades de rentabilidad.

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[ linea evolutiva del transware ]

Las organizaciones transware tratan de interferir en este modelo fetiche y buscar una conexión con la realidad más allá de los espacios del mercado capitalista. En todo caso es necesario recordar que no hablamos de maquinarias ni de instrumentos, ni siquiera de estrategias ni de seguir planes… hablamos de potencia. Por eso es un objeto mutante que se adapta al entorno, porque, sobre todo, utiliza energías renovables y aparca todas esas energías fósiles que se han venido usando tradicionalmente en los proceso de gestión mecanicista. La cultura desde la conciencia transware supera el espacio institucional, patriarcal, apropiativo, paternalista… no se aprecia por su contenido como acontecimiento sino por los afectos que genera. La planificación se diluye en la aplicación de una especie de cultura paliativa. ¿Quién accede a ella tal y como ahora se entiende? Quien tiene ya predisposición. Es un sistema perverso que además culpabiliza a quien no se acerca. Ni se corrigen los niveles de desigualdad ni los de acceso.

No podemos modificar nada bajo los requerimientos de consumo de esta ideología neoliberal, de esta estructura que modela cuerpos y mentes, sobre todo porque lo que se va a consumir, cada vez más, va a ser lo que quepa en los moldes, lo que genera beneficio. Parece como si sólo pudiese haber espacios aislados y temporalmente conectados, lo demás es una especie de huida. La cultura no se reduce sino a las mercancías que pueden distribuirse (para eso está la industria cultural) y a determinadas prácticas en espacios aislados. La cultura tiene que devolverse al territorio de los comunes y quizá pueda hacerse únicamente desde el refuerzo de los vínculos. Algo que va más allá de los espacios, de los acontecimientos, de las luchas, de los colectivos… hacer de la cultura una necesidad consigue expropiarla de sus sentido y empaquetarla para que se desprenda de todo cuestionamiento. En realidad es incorporarla a la parte blanda de la estructura de poder. En cualquier caso, la gestión de la cultura parece que ha consistido en la generación de necesidades y éstas convertirlas en carencias. El propósito es revolver la cultura para evitar esa progresiva imposición de modelos sometidos y acríticos que aseguran estereotipos y comportamientos útiles para el inmovilismo.

La realidad de la cultura se expande, toma otros caminos, viene desde otras sensibilidades menos “productoras”, menos “distribuidoras”. Y las instituciones públicas deben ser conscientes tanto desde las estructura técnica como desde la política. El formalismo, la fragmentación, la compartimentación de las disciplinas, las dictaduras de la excelencia, los procedimientos… son aspectos a revisar para alcanzar esas nuevas aproximaciones, esas okupaciones.

Se trata del fin de la institución pública como única poseedora y distribuidora de bienes. Se trata de revisar sus funciones, sus relaciones. Se trata de liberarse de la retorica del recurso y del secuestro del mercado. ¿Acercarnos desde modelos emergentes? Algo así, pero, no vamos a inventar nada nuevo, debemos tenerlo claro, se lo aseguro. En todo caso se ha pretendido que “gestionalizar” la cultura (disculpas por el palabro feo e inexistente) ha sido la salvación. Y así todo ha ido orientado a adquirir un cuerpo técnico adiestrado para la distribución por lotes y favorecer los modelos de acumulación. Trabajar la cultura ha sido mediar con el mercado para transferir producciones varias. Y de esta obsesión gestora han venido esos desajustes entre la realidad de colectivos que actúan fuera y la normalización que caracteriza a la institución pública, entre la distribución y la transformación, entre la operatividad y la experimentación… De lo que se trata es de interrumpir ese criterio y entender que la cultura es un proceso en construcción desde otros espacios y actores “externos”. Porque la anhelada transformación a partir de la cultura no ha sido tal. Simplemente porque ha fomentado un uso pasivo continuado.

Esos modelos emergentes quizá deban construirse desde una doble perspectiva: la retroprogresión, retomando los principios sociales como prácticas de resistencia, de transformación y de deriva; y la inmersión en modelos de cultura libre, tecnología y procomún. La necesidad de estructurar espacios para la acción cultural desde las estrategias conectivas y la energía social.

sistema c2c

En todo caso es necesario constatar que bajo la superficie de las políticas públicas existe una gran cantidad de experiencias comunitarias que vienen dando sentido y suponen ese halo de esperanza sobre el que apoyarse. Las que ejercen de conector y catalizador de la “realidad real” ¿Cómo recuperamos estos espacios de contacto? ¿Cómo superamos la paranoia de la “ciudad marca”? ¿Cómo trabajamos esos márgenes? ¿Cómo experimentar sin la tiranía de los indicadores, de la excelencia, de la rentabilidad? ¿Cómo abordar el riesgo? ¿Cómo incluir espacios de resistencia? La cultura ha dejado de ser una disciplina que sólo se contempla desde la perspectiva de las artes, está claro, pero todavía se necesita que esa visión se contagie no sólo en los terrenos de las políticas públicas, sino en la conciencia de las organizaciones comunitarias. Y no hablo de esa transversalidad que tanto se ha reclamado y tan poco se ha entendido. Alcanzo a decir que cualquiera de las estructuras públicas son de cultura. Porque todas configuran.

Por eso, la observación de la cultura desde la noción de ciudad conectoma pone en valor el sentido comunitario, la critica, la implicación. La ciudad como experiencia común y como generadora básica de energías conectivas, como generadora de significado. ¿La superación de la fragmentación ciudadana? ¿como se ejercen las posibilidades de emancipación? ¿Cuáles son las potencialidades micro? ¿Cómo pasar de la cultura higienista a la transformadora? ¿Cómo superar los modelos inducidos? La cultura es el código fuente y debe ser escrita en común para rehacer lo cotidiano. No puede quedarse en una app ofrecida por las políticas públicas. ¿Cómo avanzar hacia esa cultura desarticulada? ¿Cómo comprender que la cultura no es lo que programamos? ¿Cómo entender que no hay presencia o ausencia de cultura? ¿Cómo desprenderse de esa afectación que concluye que no interesa la cultura?

En cualquier caso debemos ser conscientes de que no existe agotamiento de la cultura, eso es una banalización brutal, sino que lo agotado es el modelo de unos productos de la cultura institucionalizados y sometidos por el mercado. Esa cultura de participación, de reproducción. ¿Cómo abordar los espacios de autonomía? ¿Cómo escapar del ocio acrítico? ¿Cómo salir de esos espacios afectados por una seriedad malentendida? ¿Cómo abordar espacios antagonistas? ¿Cómo ocupar los espacios “no ilustrados”? ¿Cómo encontrar los bordes, los márgenes? ¿Cómo entrar a las casas de los comunes para construir otras sensibilidades?

Estos nuevos escenarios de aproximación a la cultura (o no tan nuevos sino por fin recuperados) son los espacios de resistencia, de experimentación, de cultura postmercancía, de procesos potgestores, de potencialidades humanas, de fuerza política, de sentido social… Libres de competitividad, de competencias, de precariedad, de hiperregulación, de estrategias, de excelencias, de indicadores…

La inmersión y el contagio, la complejidad generativa, la okupación de los espacios de pensamiento, la reconstrucción de los espacios simbólicos. ¿Siempre al abrigo de las políticas públicas? ¿Dónde está el equilibrio? ¿Se puede salir de la producción precocinada? ¿Hacia un sistema organizativo transware? Puede que si logramos

  • ampliar los marcos de actuación más allá de la excelencia y el mercado
  • reforzar las conexiones, los nexos y la creación compartida desde las unidades mínimas para devolver la esencia vital y social a la cultura
  • generar un hábito de reproducción expansiva de acción cultural directa que refuerce la conciencia emancipadora
  • combatir de la precariedad (laboral y de acción) a la que nos ha conducido la estrategia del mercado y los espejismos del emprendimiento cultural
  • superar la gestión dirigista y distribuidora de las políticas públicas y alcanzar garantías de continuidad fuera de los círculos oficiales
  • desmantelar el subsidio de la cultura y caminar hacia formas de coherencia con la riqueza social y el comportamiento cotidiano
  • sustituir el simulacro del espectáculo y componer un entramado de autoestima ciudadana

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[ sistema transware ]

Y, por supuesto, reforzar esos modelos c2c, esas normativas y sistemas para la gestión comunitaria y colectiva de los bienes culturales. Establecer una cartografía que nos oriente hacia esa desconfiguración de la cultura como modelo de consumo. Y hacerlo pensando que la cultura para los comunes es

la gestión de los bienes culturales por la comunidad
la autoorganización con independencia del estado y el mercado
la comprensión de lo cultural como bien y valor social
la aceptación de principios de gestión comunes y sobre normas compartidas
la anulación de los cercamientos de la cultura para el provecho comunicación
la generación de prácticas comunitarias que se desenganchen de la jerarquía institucional
la contemplación de lo cultural mas allá del sector

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