posiblemente metacultura

La gestión de la cultura, continuando con la argumentación de los artículos precedentes, desde un carácter normativo y sectorial (tal y como viene sucediendo sin demasiadas diferencias en las políticas locales) no supone sino la categorización de lo culto y lo no-culto en función de presupuestos, influencias, rentabilidades, oportunidad de ventas… suprimiendo de un plumazo todo comportamiento que no encaje en este patrón y desterrando posibilidades de manifestación ciudadana a espacios y programas de escaso nivel. Se constata una culturalidad obligatoria y excluyente que, además, tiende a evangelizar y, con ello, a encauzar todo cuanto no está dentro de su parámetro legitimador: la cultura normalizada que organiza un sistema en el que se está o no está. Un sistema que define los atributos de la cultura, que genera la realidad de la cultura. Resultado: sólo se producirá aquello que permanezca dentro de lo señalado por el sistema. La cultura, en este sentido, ha sido un suplemento del poder que ha normalizado los procesos de emancipación introduciéndolos en los dos mercados: el capitalista y el político.

A la huida de la ciudadanía que considera la cultura como algo impropio (véase “a por la cultura sin participación”) podemos añadir la huida de una creatividad que no se ajusta a ese canon. La comunidad anónima de la creación y la creatividad, de la imaginación y de la sensibilidad, no encuentra acomodo fácil en esta cultura distribuida. Y no estoy hablando de esa creatividad del genio o del inconformismo, sino de la creatividad de esas personas que les intimida no estar dentro de lo correcto. Una especie de homogeneización. El poder produce la cultura a través de mecanismos inductivos de muchos órdenes y en razón de ellos te adopta o te aparta. La deconstrucción y resignificación de la cultura local, empecemos por ella, supone analizar esos procesos de cultura normativa/cultura natural.

La responsabilidad de transformación no la tenemos pues en la revisión (ligeros retoques) sino en la subversión (alteración). La eliminación de los marcos normativos y sus prácticas políticas, la eliminación de los estándares, la eliminación de las categorías… Se necesita que la cultura transcienda el objeto para alcanzar un planteamiento sistémico, abrirse a las múltiples realidades (y no estoy hablando de las identidades, multiculturalidades y todos esos nichos de mercado tan apetecibles) que no son marca ciudad, que no ocupan paredes ni escenarios, que no llenan páginas… esas que no contabilizan en bolsa.

El gran relato de la Cultura ya no es creíble. Es hermano de ese otro gran relato: el capitalismo salvador. Y los dos relatos beben de las mismas fuentes de desarrollo y de progreso. Con el agravante de que el relato de la cultura está construido a partir de argumentos que no son propios y que nadie ha puesto en duda. No importa. En realidad lo que se necesita es un movimiento continuo que permita justificar algún despropósito. La racionalidad no construye. Así, tomar este modelo de cultura oficial como clave para la salvación de la humanidad es una constelación de creencias como cualquier otra. Se ha convertido en un discurso generativo a través de la gestión. No ha habido estrategia más brillante para neutralizar a la cultura que someterla a la programación, a la gestión.

Entonces, por qué posgestión. Simplemente porque el actual modelo no fomenta sino esa esclerosis en la que ha caído la gestión pública. Un modelo turbio que todavía bebe de esas fuentes y que se construye desde el capitalismo utilitarista y extractivo. La deriva metodológica como sistema de inmersión, de cortocircuito, de interferencia capaz de modificar los sedimentos de una cultura fósil. Una deriva que permanece liberada de los prejuicios de clase, de concepto, de verdad, de excelencia, de jerarquía, de contingencia, de valor… No es el fin de la cultura, evidentemente, es el fin de un modelo de gestión. El fin de la organización y de la administración para dar cabida a un rastreo por encima de esas normativas de rentabilidad y exhibición. Y, sobre todo, por superar la era sectorial de la cultura.

Insisto, posiblemente metacultura. La superación de esa cultura convertida en disciplina que estandariza comportamientos, conocimientos, inquietudes. La superación de esa cultura que se sustenta sobre la privatización del conocimiento. La superación de esa cultura que no concibe nada que no venga determinado por el espectáculo y por el éxito. La superación de esa cultura que se aleja de lo comunitario para centralizar y jerarquizar. La superación de esa cultura gestionada y sectorializada.

algunas preguntas sobre la cultura

Es necesario comprender, y sigo en la línea de los artículos anteriores (abrazo el nuevo año con un continuo), que la cultura no es una acción sino una racionalización de la realidad que se alimenta y se reproduce desde y en situaciones. Es un sistema complejo que concilia la funcionalidad con la razón crítica. De ahí la necesidad de un escenario postgestor que contemple lo cultural como un espacio en el que se abandona la funcionalidad del hecho cultural para contemplar la cultura como un entorno de construcción relacional no instrumental.

Descolonizar la cultura, como he dicho en otro momento, para reconciliarla con la símbología y las sensibilidades comunitarias. La lógica de la administración, la lógica de la funcionalidad, la lógica instrumental, la lógica del recurso, la lógica de los medios, la lógica del resultado, la lógica de la modernidad… han contribuido a establecer unos intereses limitados a la producción y reproducción material mientras se todo se justificaba con ciertos pigmentos de beneficio social. Me da la sensación de que ese mundo fantástico no lo hemos alcanzado por esta vía. La cultura oficial ha fracasado. La cultura administrada se ha descompuesto. La promesa de la libertad y el desarrollo no ha llegado.

Trabajar la cultura sobre el consumo y la participación ha sido una simplificación que la ha alejado de esa utopía emancipadora hasta encarrilarla en una linealidad programática utilitarista y connivente. Siento que en demasiadas ocasiones se la ha utilizado como instrumento para «verificar y demostrar» determinadas políticas, determinadas tendencias, caprichos u obsesiones. La cultura explotada ha generado residuos, como lo generan las energías fósiles.

Y siento también que la cultura, lo cultural, precisamente porque se encuentra en una especie de punto ciego marcado por la lógica mercantilista y contable, así lo creo y así lo he manifestado, se está trabajando más desde espacios ajenos, desde áreas, servicios, unidades… donde no se programan actos ni actividades «culturales» pero en los que se incide en el espíritu ciudadano, humano, en los que se potencian los modos de ver e interpretar la vida, las relaciones, las construcciones sociales… Gestión transware, espacios transware.

Superar ese punto ciego supone imaginar una cultura liberada de su gestión clásica, de las tendencias que la encuadran en la programación del acontecimiento. Replantear el modo de acercarnos a un modo de entender esa gestión como interferencia. Si la gestión del producto ya no sirve como referencia: ¿cómo nos enfrentamos a una realidad postgestora? La cultura no es un objeto sino el movimiento mismo de transformación. No hay un afuera ni un adentro como se desprendía de las interpretaciones administrativas, todo está dentro del mismo nivel de acción ordinaria. No es posible reducirla a una visión técnica ni organizativa. No admite esos criterios de especialización porque se trata de la mismísima estructura de pensamiento, de comportamiento. Algo relacionado con la dinámica de la afectos. ¿Hacia una cultura de los cuidados, una cultura feminista?

Existe pues un secuestro de la cultura que proviene directamente de la sistematización de los «contenidos» como herramienta para alcanzar esa rentabilidad prometida, ese sueño. Un escenario que la ha recluido en esos centros de internamiento y la han convertido en una especie protegida. La reclusión de la cultura la ha alejado de esa transformación social y colectiva precisamente por esa obsesión gestora y dirigista, por esa interpretación del mundo desde el modelo de reproducción capitalista y de consolidación de los estándares de bienestar y desarrollo impuestos por la élite para su seguridad. Es imposible seguir trabajando desde estos formalismos administrativos de esa burocracia centrada en la asimilación de consignas y en la transcendencia de las cifras. No puede haber otra salida que la potencia de lo común y eso no se da exclusivamente ni por esencia en los despachos que despachan. La potencia de la cultura reside en el entorno que genera. Una aproximación muy simple: los bares son verdaderas Instituciones Culturales menospreciadas y tremendamente infrautilizadas. No es posible continuar con la narrativa de la excelencia, del producto, de las prodigiosas cualidades de la cultura sin comprender sus espacios naturales. ¿Acaso es que no sabemos pensar de otro modo? Es complicado salir de esas directrices. ¿Cómo podemos construir colectividades desde un discurso tan plano, desde una simplificación tan perversa?

La cultura no puede seguir interpretándose desde esa dualidad dentro-fuera. La reclusión no es sostenible, no genera contagio. La cultura tomada así, recluida y administrada, forma parte de esa sociedad de control, de esa sociedad circular que no produce sino que reproduce. La cultura para ser debe deconstruir, abandonar, redimensionar… ¿Cuáles son las preguntas que debemos hacernos? ¿Qué debemos enfocar para no acabar siempre en las mismas obviedades? La construcción de un nuevo acercamiento supone saber hacer las preguntas precisas. Sin las preguntas la cultura se convierte en un acontecimiento puntual, aislado, finalista e irrelevante.

Esta aproximación, digamos ontológica, propone sacarla de ese secuestro y pensarla de otro modo para poder abandonarla y así recuperarla. Preguntarnos cómo la hemos traído hasta aquí para descolonizarla de la lógica instrumental. Preguntarnos cómo podemos sacarla de ese encierro. Dónde está la resistencia. Qué lo impide. Preguntarnos y responder desde otras lógicas genera nuevos enfoques, nuevas prácticas. La cultura sin participación, la cultura sin calculadora, la cultura de la situación, la cultura nómada, la cultura tímida, la cultura renovable, la cultura efímera, la cultura sin modelo, la cultura sin identidad, sin excelencia, sin original, sin autoridad… abrazar las lineas de fuga

¿Cómo avanzar hacia esa cultura desarticulada? ¿Cómo comprender que la cultura no es lo que programamos? ¿Cómo entender que no hay presencia o ausencia de cultura? ¿Cómo desprenderse de esa arrogancia que concluye que no interesa la cultura? ¿Cómo abandonar esa obsesión ligeramente “creacionista”, disculpen, de que todo parte de lo que nosotras hacemos?