fantasías de normalidad o la sociedad circular

Desde la sociedad del espectáculo (Debord), de la disciplinaria (Foucault),  la del simulacro (Baudrillard) y la de control (Deleuze), vamos construyendo día a día escenarios para sobrevivir. Para guiarnos por señales que nos permitan transitar por nuestras vidas con las menores dificultades. Escenarios que difuminan los contornos y suavizan los matices. Escenarios de normalidad. Fantasías. Esa es la felicidad al fin, ¿no?

Pero lo peor de las fantasías no son ellas mismas, al final cada uno somos libres de cultivar lo que más nos place. Lo peor de ellas es cuando el poder las reclama y se las apropia para gestionarlas, para distribuirlas en formato solución o distracción. Cuando forman parte de las iglesias, de cualquiera de ellas, no hace falta que huelan a incienso, algunas son bien laicas. Cuando las meten en ese catálogo de novedades que nos van a salvar.

Y sobre esas sociedades que nos proporcionan espectáculo, disciplina, simulacro y control se va construyendo un decorado circular muy tranquilo para que todo gire sin demasiados mareos. Se va poniendo nombre nuevo a lo viejo para no hacer otra cosa, al parecer, que administrar «bujías para el dolor«. Ahora toca poner todo el énfasis y la fuerza en la innovación, el emprendimiento ( y no voy a hablar del «intraemprendimiento», del «intraemprendedor», porque es la estupidez más extraordinaria que he oído en mucho tiempo), la colaboración… y nos vamos haciendo la idea de que estamos revolucionando el mundo y sus confines. Bien por la intención. Aunque me asalta la duda, como tantas veces, ya voy para mayor, de si no nos entretenemos descubriendo la rueda y colocándola en el carro de ese capitalismo que transmuta gracias a los trajes que nosotros mismos le vamos remendando. No sé muy bien si se está construyendo algo, ni qué ni cómo porque esta circularidad la alimenta el poder, también el local (ningún municipio sin su área de innovación y emprendimiento).

Y así, mientras emprendemos, colaboramos, innovamos y coworkeamos van avanzando esos modelos que endulzan un poco la desposesión: Para sobrevivir al empleo cada vez más déspota, allá está el emprendimiento (aunque vaya suavizado con el apellido social). Para sobrevivir a la hiperindividualizacion, allá están los viveros y los coworkings. Para sobrevivir a la miseria inducida allá esta la cooperación… Para llegar a lo que siempre tendría que haber sucedido, allá está la innovación (tremenda paradoja ésta).

En todo caso puede que se esté gestando un nuevo capitalismo colaborativo que no se enfrenta sino que se adapta. Un parche, una fantasía de normalidad mientras se va desmantelando el sistema público y las políticas sociales desaparecen. En el capitalismo extremo la razón crítica desaparece. La realidad no es buena para la salud, parece ser. Y la búsqueda, la desobediencia y la resistencia no ayudan a la digestión. Se colabora para alcanzar el sueño neoliberal, para poder acercarse al modo de vida señalado por el mercado, no para restaurar el apoyo mutuo. Esa es la trampa mortal en la que se cae sin demasiada crítica, sin pensar demasiado. Para reforzar la tiranía de un trabajo siempre precario, siempre bajo el signo de la servidumbre. Nos dejamos engañar con entusiasmo porque ese capitalismo colaborativo nos llena de anabolizantes. No colaboramos para salir de la trampa, para organizar nuevos modelos sino para subsistir en este, para ir capeando, para navegar con cierta seguridad. Parece que se colabora no para subvertir sino para consolidar el turbocapitalismo actual. La fe posmoderna que no se pregunta por su dios y que cree lo que no ve. El neoliberalismo va a consentir la colaboración y la economía social por una razón evidente: forma parte de él. Y porque no es cierto que sea una economía entre iguales.

La sociedad circular es la que ha creado esas fantasías de realidad en las que la sumisión viene disfrazada de revolución olvidando que no hacemos otra cosa que redirigir los conceptos mientras olvidamos reaccionar. Y al poder neoliberal le gusta que esto ocurra. ¿Trabajamos para completar esa metástasis que necesita? Puede que actuemos como el software trucado de Volkswagen que oculta la contaminación. Puede que no hagamos sino facilitar la subordinación desde cierto compromiso correcto y moderno… La adaptación frente a la movilización.

La innovación ciudadana tan presente hoy no puede quedarse en poner parches, no puede quedarse en imaginar procesos para «mejorar la competitividad», en imaginar y distribuir productos para cubrir necesidades no satisfechas, en aplicar conceptos de una economía social que imita a la de mercado… Se trata de darle la vuelta a un sistema que fomenta las desigualdades en función de principios basados en el consumo, en la colonización de nuestras mentes y de nuestro futuro por el mercado, por cualquier mercado. Y si tomamos la definición de innovación de cualquiera de las organizaciones y gobiernos que la proponen, podremos convenir en que, a mi juicio, no es sino una obviedad extrema, algo así como una evidencia magnificada de lo normal, de lo que siempre hubo que hacer. Me descorazona porque si la innovación es una amplificación de lo obvio en formato descubrimiento ¿dónde está en realidad el avance?

Se dice que la IC es el trabajo de la ciudadanía para el empoderamiento urbano, que la ciudadana coja las riendas, que aproveche las tecnologías, que se organice, que tome conciencia… ¿De verdad consideran que eso es innovación? ¿Todavía estamos ahí? A mi me parece un más de lo mismo pero con terminología renovada. Será porque voy para mayor pero si la innovación propone todo aquello  que tendría que existir como algo normal y desde hace mucho tiempo (es decir algo cotidiano y antiguo) es que fallan muchas cosas, que estamos en una circularidad extrema en la que cada cierto tiempo volvemos a lo mismo cambiando el color de la fachada. Una representación posibilista que facilita el autoengaño a través de discursos bienintencionados. Una ingeniería socialdemócrata bien engrasada.

Pero, como nos dice Rendueles en su «Capitalismo canalla» cuando relata sus conversaciones con el poeta Antonio Gamoneda y cuestiona el trabajo: «… escuchándole me dí cuenta de que cualquier resistencia a la doma laboral te convierte en una especie de pirado estetizante». Ahora cualquier voz que cuestione cualquiera de los conceptos, de los discursos oficiales, es contemplado con precaución. Lo asumo, pero debemos saber dónde estamos, con quién nos encontramos, qué discursos amplificamos para acabar siendo parte del proyecto hipercapitalista. Porque todo discurso continuado deja huella, tiene sus consecuencias. (No puedo dejar de pensar que todas estas políticas de apoyo acrítico al emprendímiento como tabla de salvación han allanado el camino para la derrota de las humanidades: menos filosofía y más empresa. Los espacios de pensamiento masacrados desde los currículos escolares).

Hemos sido conniventes. La circularidad infinita.

gestión de la deriva

Aplicar el pensamiento nómada a la acción de los gobiernos locales en materia de cultura supone considerar que ésta no permanece ligada a un espacio, a un momento, a un interés, a un mercado, a una querencia personal… Supone comprender que todo ocurre en los espacios abiertos, en los márgenes, en el movimiento, en esa búsqueda que permite desplazarse por territorios mentales vadeables. La imagen de una cultura anclada en un territorio, en una identidad, en un dogma, en una ideología, es una aberración que llevamos demasiado tiempo alimentando. La cultura es la acumulación de emociones que se transforman en multitud de acciones, de actitudes, de sensibilidades que van dando forma a la sociedad que nos envuelve. La complejidad y la infinitud de esos factores nos separa de las rígidas evidencias que han guiado la gestión local de la cultura (que tampoco es lo mismo la gestión de la cultura local) y la han concentrado en solemnes planes y estrategias. Qué sentido tiene, desde esta necesidad ambulante, seguir esos documentos estratégicos que nunca salieron de los reducidos círculos que los crearon, que nunca, siquiera, entraron en las mentes de los responsables políticos que los encargaron. Tengo la sensación de que todos cumplieron dos características finales: el máximo boato y la máxima indiferencia.

No puede haber rigidez ante algo que fluye de un modo tan abierto y ésta quizá sea, haya sido, una de las razones por las que la comunidad se ha ido alejando de la acción cultural proactiva limitándose a recibir las ofertas. El campo de acción se ha visto limitado a la administración y a los profesionales: la autoridad y los expertos, los técnicos y los creadores. Una escena de la cultura que ha dificultado la aproximación de una ciudadanía a la que solo le quedó, le queda, la función consumidora.

No existe exploración del territorio, no existe descubierta cuando sólo se transita por el camino debido, cuando no se permiten incursiones fuera de los territorios compactos. De ahí mi duda sobre si la gestión cultural ha existido (o siquiera si es posible que exista) más allá de la distribución de los posibles. Al contrario, se trataría de fomentar ese espacio de descubierta, de exploración abierta, de acercamiento a modelos no privativos, de aplicar la yuxtaposición. De dignificar las intenciones (largamente menospreciadas en una sociedad del rendimiento) que, en definitiva, también son procesos. De darle importancia al viaje más que a su fotografía. Se trata de apartar esas prácticas que han estado dirigidas por el posibilismo político, la anuencia con la ortodoxia y la banalidad de la sociedad de mercado. La cultura y su mundo no comercial es infinitamente más rica que la que se refleja en esos programas políticos, en esos listados de intenciones. Hemos vivido en la simplificación de la cultura a partir de las cuentas de resultado y de las urnas, conclusión: La ciudadanía ha habitado en “la cultura de los otros”. La que no es suya. La que no construyen. La que reciben. La gestión dogmática de la cultura que choca continuamente con la realidad. En general, a quien maneja los hilos de las políticas anacrónicas, no le interesa saber qué ocurre fuera; y saberlo tampoco entra dentro del imaginario de quien gestiona las culturas fósiles.

Articular lo próximo / Incorporar lo distante / Provocar el contagio
Nexonomía / Proxicuidad / Viralidad

¿Algunos caminos? Construyendo estamos. Porque no es bueno tenerlo claro sino avivar alguna polémica. En todo caso se me antoja que la idea de un pensamiento “postgestionario” ha comenzado a fluir. Tan solo queda que podamos ir introduciendo estas nuevas sensibilidades en el cuerpo técnico de nuestras administraciones. Un desarrollo gradual en tiempos de ruptura.

  • La gestión de la deriva supone enmarcar los procesos y las inteligencias dentro de modelos adaptativos, abiertos, heterogéneos, contagiables… Y que alaben la gestión lenta, esa que permite gestar procesos y aclimatarlos, que den fruto antes de pasar a otra cosa, esa gestión que se aleja de la urgencia tecnopolítica.
  • Abordarla desde lo social para reparar, con paciencia, la frialdad que ha dejado la cultura de marca y de mercado, la cultura tecnócrata y experta, la cultura con poca alma, demasiado servil y connivente.
  • Superar el escaso tiempo de visibilidad y que tienen los productos culturales (al margen de los folclores varios) mediante la aplicación de modelos y formulas de gestión que legitimen la acción cultural que se ejerce fuera de las instituciones y de los espacios expertos.
  • Acercarse a lo imprevisto, a lo que no está en el manual o en el campo visual del cuerpo técnico.
  • Investigar nuevas energías que nos alejen de la contaminación del mercado y de las lógicas de la acumulación.
  • Permitir la exploración sin objetivos y, si me apuran, abandonar la programación.
  • Y si no es posible abandonarla, regularla, armonizarla con las ofertas empaquetadas.
  • Construir desde la proximidad.
  • Reconstruir un nuevo comunitarismo que entrañe una sociedad plataforma y permita una reapropiación ciudadana de la cultura.
  • Desarrollar modelos de investigación, formación y creación accesibles desde una lógica comunal-comunitaria para enriquecer las capacidades y los conocimientos.
  • Generar un banco colectivo de creaciones culturales desde donde se pueda intercambiar de forma autónoma y desligada de los procesos mercantiles.

Puede que lo tengamos que hacer desde una especie de políticas de resistencia, que tengamos que dignificar las lógicas de proceso frente a los modelos estáticos y continuistas, que tengamos que alejar clientelismos varios, que debamos alejarnos del “suministro cultural” y de una cierta servidumbre a esa autoridad que señalaba lo correcto. Un programa de construcción abierto.

De las lógicas de distribución a las de proceso.