comunitarismo cultural

La gestión cultural impositiva ejercida por los expertos de diversa índole y el bloqueo de la cultura desde unas políticas locales orientadas hacia la rentabilidad, han marcado la evolución de unos procesos que se iniciaron con la firme y utópica ilusión de regenerar la vida social desde un municipalismo abierto y generador.

La cultura se contagió pronto de la paranoia inmobiliaria y todo fue orientándose hacia lo grande: los grandes espacios, los grandes festivales, las grandes capitalidades… todo ello imbuido por la exigencia de una ciudad mercancía, de alcanzar la marca ciudad. La lógica empresarial ha inundado las instituciones locales y todas se han lanzado a la búsqueda de resultados en un mercado que ha incluido a la ciudadanía en su catálogo de figurantes, en su catálogo de ventas.

Se ha tramitado el expolio de la cultura colectiva para generar un producto que “pusiera en el mapa” (otra de las detestables coletillas) a la ciudad y lo ha hecho en esa especie de desorden que liquida lo común para beneficio privado. Contando con que ese beneficio privado muchas de las veces se reduce al beneficio de quien se dice representante.

La cultura pierde su substancia y solo queda el eslogan mil veces repetido que la identifica como vertebradora de las sociedades. Consignas que quedan vacías, que suenan huecas cuando te asomas a la realidad, cuando observas que se ha aniquilado la cercanía, la proximidad, la radicalidad. La cultura impuesta. De las viejas élites franquistas hemos pasado a las actuales oligarquías, nuevas élites que han jugado con la cultura desde el espectáculo y sin comprender en lo mas mínimo su esencia.

La solución no es sencilla porque implica desandar muchos senderos de pretendida modernidad. Recuperar la confianza de la calle y volver al trabajo común como primer paso. Preguntarse si los actuales modelos de gobierno local son oportunos para la cultura que se necesita (aunque la respuesta es evidentemente negativa). Si basta con la promoción cultural (claro que no) o son necesarios modelos que superen las estructuras de participación tan oxidadas como ineficaces (esos consejos sectoriales de cultura llenos de nada)

El agotamiento de la cultura viene por el empeño de mantener estructuras que ya no sirven al común, de alimentar jerarquías que bloquean, de conservar departamentos que comprimen, de proteger mentalidades que no entienden… el sometimiento a unas lógicas caducas e infranqueables diseñadas por unas políticas más bien orientadas hacia los intereses privados.

Desarticular las formas conocidas para conseguir una verdadera capilaridad: comunitarismo cultural. Algo que, en todo caso, nada tiene que ver con la formación de de las conocidas agrupaciones vecinales, colectivos culturales… apegadas a un espacio o a unos intereses muy concretos, sino con organizaciones abiertas y por descubrir, poliédricas, con infinidad de aristas, conectadas.

La cultura sólo puede concebirse como ejercicio de transformación, es decir, como ejercicio político.