… bien podría ser éste: un entorno prerreflexivo o incluso un entorno que ha logrado prescindir de la reflexión para centrarse en la generación de individuos-proyecto. Algo que funciona muy bien en procesos que necesitan neutralizar la crítica y que entrena y predispone una subjetivización con referencias de rivalidad y dominio. Una libertad moldeada a medida de las necesidades de las sociedades hipercapitalistas. Una libertad que empuja hacia el movimiento productivo perpetuo y que genera verdaderas patologías de competición e individualismo. La esclavitud neoliberal no ve sumisión sino gozo y proyecta esa imagen como el ideal humano de progreso, la figura admirable del luchador que se debe conquistar, que cada uno debe querer para si, que debemos reproducir como sociedad avanzada… el “yo como amo de uno mismo” en la paradoja de la coación autoasumida. La explotación de los sentimientos y las emociones no es nada nuevo dentro de las estrategias del capital. La cuestión es cómo se ha conseguido reforzar y consolidar esa emoción de libertad que descansa sobre un espejismo brutal: la expropiación de uno mismo.
Las nuevas estrategias de control: hacer como que no existen. Para ello el neoliberalismo ha jugado con habilidad, ha tenido la astucia de deshacerse de todos sus compromisos, de los vínculos que le ataban al trabajador, a esa figura industrial que había alcanzado dosis de seguridad y de bienestar que empezaban a ser intolerables. Ha externalizado la molestia. Ha inoculado ideología y ha eliminado la conciencia de clase, la de clase trabajadora, ahora la clase dominante parece que se ha expandido convenientemente, ahora todos somos clase dominante. La cadena de montaje está en cada uno de nosotros y quien no se engarza no puede responsabilizar a nadie: es que no sirve, no es competente, esta condenado a la vergüenza del fracaso. No hay lucha común en un espacio hiperindividualista.
El trabajo sigue siendo un panóptico disciplinario pero esta vez aislado y enquistado en cada uno de nosotros. El poder ya no niega la libertad sino que la concede desde el absoluto. Nadie puede oponerse a la libertad: ¡perfecto! Pero es importante que exista también una estructura que vele por ella, que encienda el espíritu y lo mantenga. Los motivadores: esos especialistas que te apoyan, que te animan, que te muestran ese camino a la felicidad, que te allanan el sacrificio, que te adulan, que te seducen… rituales y ceremonias hacia eso que nos muestran como coaching. La violencia de la positividad. El capital es el propio ser humano, algo más que una máquina como lo fue en la era industrial, en los espacios de la biopolítica de Foucault.
El sueño voltariano que prescindía de todo elemento mitológico para alcanzar una sociedad ilustrada no ha resultado. La libertad fue un episodio pasajero si alguna vez lo fue y ahora el mito resurge con fuerza. La disciplina ha mutado. La magia del emprendimiento, con todos sus complementos motivacionales y correctores, con todos sus artilugios y ritos, se ha convertido en la nueva revelación. Todo mito anula el por qué. Sencillo: el por qué induce al conocimiento y el comportamiento aconceptual (Hegel) impide observar el objeto. No hay mayor logro que haber minimizado el “hecho consciente” y haberlo sustituido por “esto es lo que hay”.
Pero, en realidad, no hay elección porque no se puede elegir entre dentro y fuera. Otra de las paradojas de esa libertad. Solo lo que existe dentro del sistema puede alcanzarse. No hay problema: esa grave limitación se suaviza con la magnificación de las emociones, con su hipertrofia. Otro objeto de mercado. No existe la individualidad sino como una concatenación infinita de comportamientos inmanentes (Deleuze)