Cultura y gente común: el pib es un flotador pinchado

El absoluto artificio del pib, ese blablaismo que hemos utilizado (digo hemos por no parecer pretencioso) para argumentar la importancia y la necesidad de la cultura, su influencia en el crecimiento de las sociedades. No sé si hemos leído a los economistas correctos ni si nos hemos apoyado en las teorías que van con nuestra ideología (ah, claro, que también hemos pretendido que la ideología había muerto, disculpen). En todo caso John Kenneth Galbraith ha definido el pib como “una de las formas de engaño social más extendidas”.  Y la hemos comprado! Nos hemos entregado al pib (quiero ponerlo con esas minúsculas que lo reducen a la nada que representa para nosotros los comunes) como la quintaesencia del argumentario. Grandísima pena que todavía durará demasiado tiempo. Posiblemente hasta que ya no haya remedio e insertar otro razonamiento resulte imposible. Con qué cultura nos hemos alineado. Una pregunta que no nos hemos hecho durante todos estos años mientras extendíamos como un mantra inequívoco todas las creencias del desarrollo neoliberal, todas sus bases, sus fundamentos. Todo eso que apoyábamos desde atriles y escritos mientras abandonábamos esa cultura que parecía ser la que queríamos extender. Como he dicho en alguna ocasión hemos pretendido que todos hablábamos de lo mismo cuando decíamos cultura, que todos comprendíamos lo mismo, que la cultura se escribía con mayúsculas y para todos era lo mismo, que solo había una cultura, la que nosotros creíamos que era cultura. Pero, como también dije, la cultura son las mantillas en la misa de los domingos y los arrastrasantos, la cultura del té de las cinco para los que tienen té. Esa es la cultura del pib y, paradójicamente, la que no necesita el respaldo del pib para quedarse, precisamente porque sabe que es un flotador pinchado. El pib no hace sino deshumanizar la cultura e introducirla en el catálogo de oferta demanda del capitalismo extremo, de haber y deber. No hacemos otra cosa desde este discurso que consolidar el servilismo y meter a la cultura en el barco de quien decide qué es y qué no es necesario. Y de quien decide cuáles son los objetivos políticos (locales y estatales) para dar buen servicio a los mercados. Ni siquiera la cultura para los clientes, porque importan tan poco como la economía productiva. Estamos ante una especie de cultura especulativa en la que todo parece lo que queremos que parezca (publicar, exponer, interpretar… todo si puede ser a lo grande) mientras el pensamiento se va difuminando en una nebulosa gris de fundamentos torpes que no hacen sino señalar la indolencia creciente y el cinismo de unos responsables políticos y técnicos que pretenden que el mundo es lo que existe dentro de su reducidos horizontes.

Y mientras tanto nos quitan la filosofía, eso que sirve para pensar y ampliar los horizontes. Puede que alguien se pregunte qué tiene que ver esto con la cultura pero, disculpen si molesto, tiene demasiado que ver cuando a la vez no cesan de bombardearnos con la idea de que la economía se tiene que enseñar desde los primeros años. Que de ciudadanos debemos pasar sin remedio a la categoría de consumidores (también de cultura) y/o de emprendedores (también en cultura). No puedo abandonar la sospecha de que se intenta con todas las fuerzas que nadie pueda barruntar que hay vida más allá de la moneda. Ese nuevo “non (terrae) plus ultra” que acota.

Pero la cultura, parafraseando a Unamuno “no vende pan, sino levadura”. O apropiándome y adaptando, con permiso, el concepto que utiliza Ricardo Antón (@ricardo_amaste) para su proyecto ColaboraBora, la cultura es compost. Y quizá siguiendo esa línea de pensamiento también lo relacionado con los planteamientos de la permacultura que diseñe un “hábitat cultural” ético, sostenible y redistributivo. La cultura sin calculadora, la cultura más allá del consumo. La cultura levadura, la cultura compost.

Me preguntaba hace tiempo “¿y si algunos gestores ya no gestionamos?” (http://espaciorizoma.wordpress.com/2011/09/08/796/) y me pregunto ahora también si no se hace más cultura fuera de esos ámbitos tradicionales que trabajan desde la gestión rutinaria de procesos y productos varios. Fuera de los servicios y la áreas que, fundamentalmente no nos engañemos (y salvemos las nobles excepciones por eso de no herir sensibilidades) no se dedican sino a distribuir, a intermediar productos y subproductos que poca influencia tienen en una sociedad cada día mas apartada de esas necesidades.

No podemos confundirnos porque la cultura se manifiesta en el comportamiento completo de las sociedades. Mucho más allá de sus creaciones artísticas habituales e incluso mucho más allá también de sus ritos académicos (no hay mejor forma de conseguir sociedades mutiladas que lograr su instrumentalización a través de las instituciones educativas).

Desde este planteamiento pienso que hay lugares que inducen una cultura que influye en el impacto social, el crecimiento crítico, la felicidad expandida, el compromiso comunitario, el respeto al medioambiente, la justicia, la solidaridad, la democracia local, los derechos humanos… instituciones y servicios municipales que no se dicen de cultura pero que conforman el pensamiento y las actitudes necesarias para un desarrollo humano completo. Servicios que con la nueva ley de bases desaparecerán y con ellos esa esencia humana que nos debería guiar.

La realidad está secuestrada y cuando todo gire sobre la política de lo posible no habrá cura para el alma. Eso también es cultura. Y el compost que representa estará tan empobrecido que nada podrá generar una tierra en extremo baldía.

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